CONVERSACIÓN.
“Hola”.
“¡Hooola, perdido! ¿Qué tal está?”
“Triste”.
“¿Por qué?”
“Porque usted no me quería contestar”.
“No es eso, osito. Es que mi papá me prohibió que siguiera chateando y me quitó la compu…”
“¿Todavía me quiere?”
“¿Usted qué cree?”
“No sé. Estoy triste y ya ni sé qué pensar… Me ha hecho mucha falta… Quince días que me parecieron quince siglos… ¿Ya no me quiere?”
“¡Síííííííííí, tontito; sí lo quiero! Si no, no estuviera aquí con usted. ¿O qué? ¿Usted ya se encontró otra?”
“¡Nooooooooooo! Cuando un hombre como yo entrega el corazón solo es a una y para siempre”.
“Mentiroso”.
“Ahora me ofende. Primero me ignora y ahora me ofende… ¡Ahí la busco otro día, mejor!”
“¡Noooooo! ¡Por fis, nooooo! Solo estaba bromeando… Perdón, sí”.
“Usted me hace llorar… ¿Cuándo la voy a ver?”
“Dígame usted”.
“¿Le hago una pregunta…, pero me la va a contestar?”
“¡Ya sé qué pregunta es!”
“A ver, señorita hermosa, dígame cuál es.”
“Que-si-voy-a-ser-suya… ¡Ya sabe que sí! Pero es que mi papá me vigila demasiado…”.
ADIÓS. Carmen salió de su casa la mañana de un viernes, rumbo al colegio, como todos los días; le dio un beso a su mamá, le dijo adiós a su “pa”, acarició al perro en la cabeza y cerró la puerta a sus espaldas. Sus compañeros le dijeron a la Policía que Carmen no se subió esa mañana al bus y uno de los guardias de la colonia declaró que la había visto subirse a una camioneta Runner gris que esperaba con el motor encendido a una cuadra de su casa. Sus padres la habían esperado en vano esa tarde. Nunca la volvieron a ver. Carmen tenía quince años. Cuando los detectives de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) revisaron su computadora, entendieron que Carmen se había escapado con su novio, un muchacho lleno de virtudes que conoció en Facebook. Desde ese día, el sufrimiento se clavó en el alma de sus padres como una corona de espinas. Pasaron tres largos y penosos años.
LLAMADA. El día en que Carmen cumplía dieciocho años, el teléfono de su casa sonó insistentemente. Eran las diez de la mañana, su madre preparaba el almuerzo, condimentado con lágrimas, y se tardó en contestar.
“Aló, ma”.
A doña Carmen casi se le sale el corazón por la boca. Aquella era la voz de su hija. Dio un grito.
“¡Hija! ¡Hijita! ¿Dónde estás?”
La voz de Carmen era dolorosa, casi como la de su madre.
“Estoy en México, mamá… Un hombre me engañó y me vendió en un burdel de Guatemala… Hace un año me trajeron aquí… Ya no aguanto esta vida, mamá… Quiero estar en mi casa”.
Siguió a esto un golpe seco, un grito, el alarido de un hombre furioso y un ¡Ay! desesperado. La comunicación se cortó. Dos años después, doña Carmen recibió otra llamada de México. Era de la Policía. Habían encontrado el cadáver torturado de una muchacha en el desierto cercano a Zacatecas y la habían identificado por las huellas dactilares. Buscaron en la base de datos de niñas desaparecidas, y encontraron un nombre. No se podía reconocer porque el rostro lo tenía deshecho a golpes, pero se trataba de Carmen, desaparecida en Tegucigalpa, Honduras, cinco años antes. Hoy, doña Carmen, envejecida prematuramente, visita la tumba de su hija. Dice que si la hubiera vigilado más de cerca todavía estuviera viva.
DEPREDADORES. Son muchos los casos como el de Carmen, y suceden a diario en una comunidad que tiene mil millones de fanáticos, como es la comunidad de Facebook. Por desgracia, la Policía no es capaz de detener a los depredadores que acechan a sus víctimas escondidos en las bondades del sitio. Y en Honduras, la Policía contra delitos de este tipo ni siquiera existe.
“Nosotros hacemos lo que podemos –dice un detective de la DNIC–, pero trabajando con las uñas, presionados por jefes que ni siquiera saben de investigación criminal y amenazados con la baja o con la cárcel por el “Tigre” Bonilla, que más parece enemigo de la DNIC, es casi nada lo que podemos hacer contra la delincuencia en general y contra este tipo de delitos en especial… Pero así es. Tal vez cuando la Policía le pertenezca de nuevo a las Fuerzas Armadas, como botín de guerra, entonces la investigación criminal mejore en Honduras. Aun así, hace poco detuvimos a un depredador que cazaba niñas inocentes por Facebook. Este es el caso, para que lo escriba”.
PERFIL. “Soy Arturo, me gusta divertirme, pasarla bien, querer a una sola chica y entregar mi amistad y mi corazón a la que se lo merezca. Si te atrevés, aquí estoy”.
Arturo se presentaba como un joven de diecinueve años, alto, blanco, pelo castaño, ojos verdes, casi azules, labios carnosos, corazón de miel y alma de seda. Pescaba con anzuelo de oro.
Yadira estaba hechizada. A sus catorce años deseaba conocer la vida, saber algo más sobre los hombres, informarse un poco sobre el sexo y tener amigos, muchos amigos. Y Facebook era una mina de amigos. Entre estos, estaba Arturo. Cuando Yadira mordió el anzuelo, le soltó la cuerda hasta que consideró que era hora de empezar a enrollarla. Yadira decidió verse con él.
Pero el muchacho que llegó al lugar de la cita con un ramo de rosas rojas no se parecía nada al galán del muro.
“Yo trabajo con él –le dijo el muchacho, un hombre trigueño, de unos treinta años, alto, delgado, con la cara marcada por el acné, labios grotescos, ojos de cuervo y mentón pronunciado–, y me mandó a traerla porque se le presentó un negocio de última hora en el auto lote del papá… Le mandó estas rosas”. Yadira sonrió, olió las rosas, se subió al carro y lo primero que hizo fue quejarse del calor.
“Aquí hay agua –le dijo el hombre, con amabilidad–; este calor está pesado… Tome… No lo he probado”.
Él mismo quitó el tapón y se lo dio a la niña. Esta se tomó la mitad sin descansar. Realmente estaba sedienta. Había esperado mucho tiempo debajo del sol. Cinco minutos después estaba dormida. Cuando despertó estaba recostada en una banca de cemento, en un parque oscuro y solitario, con mucho dolor de cabeza, mareos, ganas de vomitar y con un ardor persistente entre las piernas. Cuando recobró un poco de conciencia, se acercó a la luz y vio que tenía el pantalón manchado de sangre. Entonces se desmayó. Una patrulla de la Policía la llevó al hospital. Sus padres se reunieron con ella antes del amanecer. Aun quedaban restos de la droga en su sangre, la habían violado varias veces y ella solo recordaba a un hombre trigueño, el chofer de su amigo Arturo, que le había dado agua en un bote para que tomara.
“¿Recuerda el tipo de carro en que andaba el hombre?”
“Era un carro rojo, bajito, con los vidrios oscuros”.
CACERÍA. Nada de lo que la niña había declarado le servía a la DNIC para buscar al criminal, sin embargo, el carro rojo bajito se le metió en la cabeza a varios detectives. Aun así, pasó un año y no habían encontrado nada que valiera la pena. Carros como aquel habían muchos y de los muchos que detuvieron por rutina ninguno tenía un chofer con las características del misterioso empleado de Arturo. Lo peor era que el depredador de niñas había atacado de nuevo.
CELESTE. Trece años tenía Celeste cuando se enamoró de Julián, el zarco pelo castaño que se identificaba como solitario, humilde, amigable y cariñoso, y de escasos dieciocho años.
Dice Celeste que el chofer de Julián fue a recogerla al Mall, con un ramo de rosas en las manos. Era un tipo trigueño, alto, delgado, ojos negros y brillantes, labios gruesos y hablar pausado. Tendría unos treinta años. Le dijo que Julián estaba ocupado en un negocio pero que no quería que esperara mucho y que lo envió a él para que la llevara hasta donde estaba: el auto lote de su papá. Le dijo que el papá de Julián era muy serio y que el muchacho estaba vendiendo un carro y que el cliente hablaba mucho y lo estaba haciendo perder el tiempo. Pero que él la iba a llevar a donde estaba Julián.
AGUA. “Me dio agua y yo tomé; no fue mucha pero me sentí mareada… Él dijo que era el calor… Sé que manejó bastante, que me bajó en un cuarto y que me empezó a acariciar… Yo no podía defenderme, ni gritar, ni nada. Cuando desperté estaba acostada en una banca del parque… Me había violado…”
“¿Recuerda el carro en que la fue atraer?”
“Sí, era un carro azul, bajo, con vidrios negros”.
TESIS. Estaban ante un criminal astuto que adoptaba diferentes personalidades en Facebook para embaucar a niñas inocentes. Se sabía feo, quizá se avergonzaba de su propia figura y por eso se presentaba como un galán de cine. Tenía carros a su disposición, hablaba siempre del auto lote del papá del personaje de la cita, llevaba flores para reducir las defensas emocionales y la desconfianza de las niñas y tenía siempre preparado un bote de agua con un narcótico poderoso. ¿Dónde encontrarlo? En Facebook. Pero en mil millones de usuarios era una misión difícil. Entonces decidieron visitar los auto lotes, armados con un retrato hablado. Pasaron seis largos meses.
FREDY. El hombre agradable que atendió a los detectives olía exageradamente a perfume, lo que llamó la atención de los detectives. Les habían preguntado a las víctimas acerca de los detalles que más recordaran del violador y ninguna dijo que olía tanto a perfume, sin embargo, aquellos ojos de buitre, negros y brillantes, los labios carnosos, el mentón pronunciado y su trabajo como administrador del auto lote, no dejaban lugar a dudas. Cuando los llevó a su oficina, les ofreció un refresco y los invitó a sentarse, uno de los detectives se sentó en su propia silla, detrás del escritorio, frente a la pantalla de su computadora portátil.
“¿Estaba chateando?”, le preguntó.
Aquella actitud molestó al hombre.
“¿A quién vas a violar hoy?”
Sus ojillos malignos se abrieron como focos de Volkswagen. Cuando vio al otro hombre mostrándole una placa de la DNIC, se puso más blanco que el papel.
“¿Sabés quién es este hombre?” –le preguntó el detective, guardando la placa, mostrándole el retrato hablado en el que aparecía su cara larga como clavija, y enseñándole el cañón de una pistola Beretta de nueve milímetros.
El hombre se orinó en los pantalones. Cuando un señor gordo, de unos sesenta años, con las honorables canas peinadas hacia atrás y el rostro redondo asombrado entró a la oficina, quiso pedir una explicación.
“¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes son ustedes?”
“¿Conoce usted a este hombre?”
“Es mi hijo”.
“Entonces sí lo conoce bien. Lo detenemos por violar a doce niñas de entre trece y dieciséis años… Búsquele un buen abogado y que lo demás se lo cuente él… ¡Vamos!”
PREGUNTAS. ¿Qué tanto sabe usted de las amistades que sus hijos tienen en Facebook? ¿Qué tan conveniente es que sus niños decidan por sí mismos a quién aceptar como amigo en este sitio web? ¿Sabe usted al peligro que se exponen los inocentes? ¿Qué tan responsable es usted?
Arturos y Julianes hay muchos, acechando a víctimas potenciales. ¿No cree usted que es mejor prevenir que remediar?
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