Como no podía dormir me levanté en el corazón de la noche. Una lluvia incesante estropeaba mi sueño golpeando las paredes, el techo y penetrando sigilosamente por las rendijas de las ventanas. Una bien organizada clarinada de ranas cantoras se sobre ponía al temporal semejando el orfeón musical de la quinta sinfonía de Beethoven. Aproveche que la luz había llegado después de casi dos días sin servicios para escribir la historia que ahora les cuento. Antes que nada, quiero decirles que este es un país que vive en la mas completa oscuridad. No solo porque a duras penas llega un poco de luz cada cierto tiempo, sino por el oscurantismo cultural, social y político de nuestros dirigentes. Este es un país donde los hilos del poder siempre se han manejado al tenor de un titiritero profesional. El caudillismo rampante, es un mal que al parecer llevamos en la sangre, haciéndose presente en todos los estratos de la sociedad. Los que se montan en la cima del poder ni por asomo quieren dejarlo hasta que la muerte los consume. Nuestra historia esta llena de estos legendarios caudillos, que creyéndose predestinados se han entronizado en los grupos políticos y la sociedad, dándole paso a los de abajo como ya dije solo cuando ya se han ido al más allá. Otros siguen con su sombra apesadumbrando la cosa nuestra luego de la muerte. Trujillo, Balaguer, Bosch y Peña Gómez, son solo algunos ejemplos de viejos caudillos que gobiernan el país y a los grupos políticos mucho más allá de la muerte. Lo que ayer era horroroso, hoy es una película futurista permisible por la ley. No hablo de la reelección presidencial, tan castigada por Bosch y Pena Gómez, mucho menos me refiero a la corrupción, una epidemia de las mal llamadas democracias que tanto ha carcomido a los gobiernos reformistas, perredeistas y hasta el actual peledeista. No, no quiero hablar de esto, sino de algo mas penoso, que es la causa fundamental del deterioro del país. Me da mucha pena ver como se ha ido mal acostumbrando a nuestro país, a sus gentes, jóvenes, viejos y niños a depender de lo dado. El facilismo corrompe las entrañas más profundas de nuestra identidad.
Si ayer fuimos un pueblo de gentes pujantes y trabajadoras, hoy vamos al abismo porque los políticos conducen las multitudes como vacas al matadero de la vida fácil.
Los principios se hipotecan, se compran y se venden las consciencias por un pan, tal vez por un arenque, por una gallinita regalada en un mitin pre electoral, por un cheque sin respaldo de trabajo y sacrificio proveniente de los impuestos pagados por el pueblo. En fin por un peso, tan devaluado como la propia conciencia y la dignidad. Digo que los políticos llevan nuestra república hacia el abismo como vacas al matadero de la vida fácil porque principalmente la política y los políticos se benefician del tormentoso caos del facilismo, al poner las grandes masas de los partidos y del pueblo a buscar desaforadamente los Mesías presidenciables para que les resuelvan el hambre y la miseria, que mas que material es una miseria espiritual sin comparación. Muchos ya se han acomodado a la vida fácil aunque solo sea por cuatro años, mucho mejor si para conseguir lo que se quiere no hay que dar un golpe. El valor del ser profesional y de las profesiones se han perdido totalmente y para conseguir un trabajo hay que engancharse al partido en turno. Hay familias tan vivas que tienen miembros ejecutivos en los tres partidos mayoritarios, así cualquier partido que resulte ganador, es una algarabía porque como quiera “la familia está pegada”. Muchos se han vendido por necesidad a los gobiernos de turno para poder seguir comiendo. De un día para otro se cambia el color de la camisa y todo “por el sacrificio de la patria del moro diario”. Bueno, para qué les hablo de tantas cosas sin solución en el país de la oscuridad. Les decía que el sueño me lo estropeo la lluvia y una sinfonía de ranas cantoras. Otra cosa que vulneró mi sueño fue una pesadilla que me vino al filo de la noche y que se la quiero contar ahora justo que les he referido sobre la oscuridad y la falta de luz en mi pequeño, pero gran país de La Republica Dominicana.
Asistía yo a un teatro rudimentario. La obra inició con un ciego que hablaba y caminaba dando tumbos y apoyándose siempre en su bastón. Mientras avanzaba en su trayecto daba golpes, sin mirar a quien, con un poderoso instrumento, que sostenía en su potente mano derecha. Un grupo de niños jugaba a su paso y cuando el ciego arremetía con su arma, los mozalbetes se agachaban, se tiraban al suelo y escondían las cabezas para no ser degollados por el diestro bastón. Una mujer del público, alertaba de buena manera a los niños, para que no subieran las cabezas, de no ser así el ciego los iba a matar a todos. Tengo que decirles que los infantes no podían ver al ciego ni la furia de su bastón porque traían unas vendas oscuras en sus rostros. La señora les avisaba cuando el instrumento del ciego había terminado de pasar y ellos volvían a levantar las cabezas para continuar sus juegos de jazz, acuatiare, la minga, las escondidas y la libertad.
El ciego estiró su bastón en el preciso momento en que una niña alzaba la cabeza y fue embestida mortalmente. Aparecieron unos hombres vestidos de blanco y recogieron el cadáver de la joven. De improviso terminó el primer acto de la obra y no supe qué pasó con el ciego del bastón y con los demás niños. El público se levantaba y aplaudía el final del acto. En el segundo acto apareció en el escenario una mujer alta, morena, toda vestida de negro y explicó un poco desajustada algunas palabras que yo no sé si estaban o no acorde con la mencionada obra presentada. Ella manifestó : -“A veces las niñas se suben las faldas” -al decir esto- se subió su falda y dejó ver sus pantis de color negro. Eran unos cobertores de cuero cuyo brillo resplandecía en la oscuridad. Luego continuó: -“Cuando las niñas se suben sus faldas, entonces pasa lo que tiene que pasar”. De nuevo entró el ciego y echó a un lado de un empujón a la señora que vestía de negro, yendo a caer al lado de los niños vendados. Por las ventanas entró una brisa de temporal provocandole al ciego un increíble dolor en el pecho. Cuando iba cayendo, tubo tiempo de pasarle el bastón a uno de los niños que se había quitado la venda. El cuerpo del ciego se volvió un espectro fantasma y sobre volaba el teatro con una tierna sonrisa macabra. El niño heredero le dió una nueva función al bastón. Lo convirtió en una linterna cuya luz volvía invisible todo lo que tocaba. Los demás niños procedieron a quitarse las vendas, pero tenían que esconder sus cabezas como en los tiempos del ciego del bastón. También debían esconder sus cuerpos porque el niño heredero del trono con su linterna mágica ponía de su lado y color a todos aquellos que se les oponían. La señora que les avisaba a los niños el recorrido del bastón, ahora se había pasado al lado del nuevo rey, y los niños aunque no tenían ya las vendas estaban desprotegidos. Solo contaban con el auxilio de la otra señora que vestía de negro, que daba vueltas en los laterales toda desarrapada y mugrienta con un saco recogiendo desperdicios que flotaban para comer. Ella humildemente les daba de cuanto recogía a sus niños para que no pasaran hambre. No podía ir muy a prisa porque traía unos grilletes en los tobillos y una venda en sus ojos. Los niños que estaban escondiéndose de la luz asesina, en la parte baja del escenario, iban siendo consumidos uno por uno por la linterna mágica. De pronto se fue la luz, la mendiga de las vendas y las cadenas cobijó con su manto a los pocos niños que quedaron y tristemente salieron del escenario. Las personas que estaban viendo la obra también desaparecieron como por arte de magia al ser enfocadas por la luz ultra violeta de una linterna. Yo me quedé solo en aquel teatro rudimentario hasta que apareció de nuevo aquella mujer morena y alta que vestía de negro.
El ciego estiró su bastón en el preciso momento en que una niña alzaba la cabeza y fue embestida mortalmente. Aparecieron unos hombres vestidos de blanco y recogieron el cadáver de la joven. De improviso terminó el primer acto de la obra y no supe qué pasó con el ciego del bastón y con los demás niños. El público se levantaba y aplaudía el final del acto. En el segundo acto apareció en el escenario una mujer alta, morena, toda vestida de negro y explicó un poco desajustada algunas palabras que yo no sé si estaban o no acorde con la mencionada obra presentada. Ella manifestó : -“A veces las niñas se suben las faldas” -al decir esto- se subió su falda y dejó ver sus pantis de color negro. Eran unos cobertores de cuero cuyo brillo resplandecía en la oscuridad. Luego continuó: -“Cuando las niñas se suben sus faldas, entonces pasa lo que tiene que pasar”. De nuevo entró el ciego y echó a un lado de un empujón a la señora que vestía de negro, yendo a caer al lado de los niños vendados. Por las ventanas entró una brisa de temporal provocandole al ciego un increíble dolor en el pecho. Cuando iba cayendo, tubo tiempo de pasarle el bastón a uno de los niños que se había quitado la venda. El cuerpo del ciego se volvió un espectro fantasma y sobre volaba el teatro con una tierna sonrisa macabra. El niño heredero le dió una nueva función al bastón. Lo convirtió en una linterna cuya luz volvía invisible todo lo que tocaba. Los demás niños procedieron a quitarse las vendas, pero tenían que esconder sus cabezas como en los tiempos del ciego del bastón. También debían esconder sus cuerpos porque el niño heredero del trono con su linterna mágica ponía de su lado y color a todos aquellos que se les oponían. La señora que les avisaba a los niños el recorrido del bastón, ahora se había pasado al lado del nuevo rey, y los niños aunque no tenían ya las vendas estaban desprotegidos. Solo contaban con el auxilio de la otra señora que vestía de negro, que daba vueltas en los laterales toda desarrapada y mugrienta con un saco recogiendo desperdicios que flotaban para comer. Ella humildemente les daba de cuanto recogía a sus niños para que no pasaran hambre. No podía ir muy a prisa porque traía unos grilletes en los tobillos y una venda en sus ojos. Los niños que estaban escondiéndose de la luz asesina, en la parte baja del escenario, iban siendo consumidos uno por uno por la linterna mágica. De pronto se fue la luz, la mendiga de las vendas y las cadenas cobijó con su manto a los pocos niños que quedaron y tristemente salieron del escenario. Las personas que estaban viendo la obra también desaparecieron como por arte de magia al ser enfocadas por la luz ultra violeta de una linterna. Yo me quedé solo en aquel teatro rudimentario hasta que apareció de nuevo aquella mujer morena y alta que vestía de negro.
Ella se acercó a mi y me dijo: -“Para despedirme de ti y agradecer que hayas venido a mi obra: “LA BATALLA DEL CIEGO CON LA VIRGINIDAD Y LA DIGNIDAD” quiero darte un beso en las mejillas”. Al estampar su tierno ósculo en mi cara desapareció por donde llegó. Además de solo, me quedé totalmente a oscuras y perturbado. En ese momento el sueño se me quebró con el sonido de la lluvia, la sinfonía de las ranas cantoras y por la brillante luz que luego de varios días se encendió en mi cuarto. Me levanté, use el sanitario y volví a la cama en busca del sueño, pero antes escribí esta historia que aquí les relato donde si los niños levantaban las cabezas podían perderlas y si las niñas levantaban las faldas podían perder la virginidad. Di muchas vueltas en la cama antes de dormirme, pensando como muchos seres humanos han ido perdiendo la virginidad, mientras que solo unos pocos prefieren que esta se marchite y no perder la dignidad. No sé quien dijo :-“Los pobres lo único que tienen es su dignidad y no la pueden perder, porque si esto les sucede pueden perderlo todo”. Lo que si recuerdo muy bien, es la frase final de un niño, al termino de la obra, justo al momento en que se introducía en la capa de la mendiga cuando a oscuras todos salían del escenario. Este iba diciendo: “SE PUEDE PERDER LA VIRGINIDAD, PERO LA DIGNIDAD, ¡ NUNCA ¡ ¡JAMAS!.
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