“La’ Gente’ del Cambronal, son gente’ que comen to’, se comien’ a Cabo ‘e Vela sin saber de qué murió”(*) ¡No saben Ustedes cuánto me río! cada vez que escucho este popular merengue de Toño Abreu, atribuido a Nico Lora, pero lo que me mata de verdad, de un ataque de risa, es cuando veo mi propia tumba y leo mi lápida: “Aquí está enterrado El Buey Cabo ‘e Vela, el más hermoso, activo, feroz y viril de todos estos contornos”. Esta historia, que de mito pasó a convertirse en una verdadera leyenda, sucedió decenas de años atrás, en el fantasmagórico paraje La Atravesada, de Navarrete. Su madre, la vaca pinta, fue la más linda de todas, mientras que su padre lo fue el gran toro negro de la hacienda de los Vargas. La vida transcurría al ritmo de los acontecimientos de las luchas fratricidas entre bolos y rabuses de aquellos años aciagos, pero los animales eran relativamente felices.
No te niego que para la fecha había mucho robo de ganado, y cuatreros sin vergüenzas que asolaban las comunidades, no obstante las empeñadas brigadas de vaqueros los mantenían a raya. Los dos pajonales, donde pastaban la Vaca pinta y el gran toro negro, colindaban en un punto del mapa. Un día el imponente Toro, que ya le había echado el ojo a la hermosa becerra, brincó de improviso la enorme alambrada, yendo a sostener un tórrido romance con esta. Ella quedó embarazada y poco tiempo después nació Cabo ‘e Vela, negro como la noche más oscura, distinguiéndose por un enorme mechón blanco, en la frente. En vista que su nacimiento coincidió con la celebración final del novenario por la muerte de Doña Andina Cabo Lorenzo, esposa de Don Leocadio Tiburcio, a la sazón legítimo dueño del novillo, este optó por nombrarlo Cabo ‘e Vela, como sentido homenaje de su finada mujer que partió al más allá dejándole diez y nueve muchachos que mantener y un becerro de ñapa (por demás). Lo que dificultaba aun más la ya crítica situación de la familia.
Eso si, debo reconocer, que Cabo ‘e Vela, fue un regalo de Dios. Las vacas y toros mayores lo protegían, ni qué decir de las novillas adolescentes, lo asediaban enamoradas, con locura animal, por donde quiera que iba. Debido a que la crisis del país empeoró, con las riñas y pleitos políticos de los bolos y rabuces, incentivando el robo de ganado, la inseguridad ciudadana, el hambre y la escasez de dinero circulante, esta debacle afectó de paso la estabilidad de la familia Tiburcio Cabo Lorenzo. Ante tal disyuntiva, y viéndose sin dinero para incentivar el pastisaje vacuno y cumplir con la manutención de su larga prole, Don Leocadio vendió a otra hacienda su querido Buey Cabo ‘e Vela, que para la fecha ya era el más fuerte ejemplar yuntero capaz de arar cientos de hectáreas en un día.
La cantidad de dinero obtenida por su venta compensó la necesidad momentánea, pero dejó una profunda huella de nostalgia, porque éste era el único recuerdo que le quedaba al patrón de su amada Doña Andina. ¡Ay! esta señora Doña DINA, como le decíamos, si que era una buena persona, con todo el mundo. Ayudaba con comida, dinero y mucho más a quien se lo solicitaba. Siempre fue muy curiosa, tú sabes, esas cosas de las animas. Dizque se comunicaba con los indios y se cuentan por muchos los que aseguran, que su espíritu renació en el torito. Yo sé, que no me lo vas a creer, pero tal vez esto explica que el singular animal casi siempre actuaba como una persona inteligente. Dormía en la casa pegado a la cama del patrón y yo misma lo vi que lloró inconsolable, cuando vinieron por el los de la nueva hacienda.
El tiempo pasó, y no volvimos a ver El Buey, hasta que un día, el propio Don Leocadio me contó, que se fue al río, porque tenía un calor insoportable, y allí se encontró el toro tomando agua, dice que venía con un cuerno roto, enfurecido, como si tuviera el demonio a dentro. Ahí fue cuando él le dijo al animal que lo había vendido, no solo para pagar sus deudas, sino, porque su constante presencia le recordaba mucho a su mujer. El señor, me dijo, que el fiero toro bramó bien duro y alzó sus patas delanteras hacia el cielo y quiso atacarlo, sin ningún pudor, pero el se disparó corriendo para buscar ayuda y al alejarse oyó clarito una voz humana que le decía: “!Viejito!, tanto que te amé, ¡Traidor! ¿porqué me vendiste?, él jura y perjura, que aquella voz, era la finada Doña DINA. Ella siempre lo llamaba a él ¡Viejito!. Luego, vio que el toro lloraba, y tres ciguapas de esas que andan desnudas por los montes, consolaban al animal.
Pensó, que era imposible porque un toro no podía hablar, ¿pero porqué no? ¿ A caso no le habló la burra a Balaam?(**) al estar muy confundido, adujo que fueron las tres musas quienes tiraron aquel balbuceo, cuando regresó para preguntarles, ellas se escaparon corriendo entre las piedras del río. Sí, sí, sí, Cuándo me contó aquello, yo también pensé, que el pobre Leocadio se estaba poniendo loco, que no resistió la partida de su mujer. Es posible que aquellas musas hayan encantado al sangrante toro, porque nunca más, a ningún otro ser humano, el Buey le habló, como lo hizo con su amo en el río aquel Viernes Santo. Más tarde el señor se enteró, de lo sucedido al Buey Cabo ‘e Vela, según le dijeron, él paseaba en su nuevo potrero comiendo pasto, luego de un día de arar grandes cantidades de terreno, se le apareció una hermosa vaca, que saltó la cerca para darle su amor al afamado Buey. Se amaron en la verde pangola. De pronto un gigante toro marrón perteneciente a la misma hacienda de aquella vaca, brincó la empalizada, empezando un duelo mortal con Cabo ‘e Vela, que resultó con un cuerno roto en la contienda.
Los dueños, lo estaban entrenando para llevarlo al rodeo, pero con un cuerno roto, esto era imposible. Mucho menos ya servía para el arado, en fin su vida se constituía en una carga, y gasto de pasto que podía aprovechar un animal productivo. Los dueños, le encargaron a Caivita, capataz de su hacienda, encargarse de llevar el Buey al matadero, para ser sacrificado. El día antes de ser conducido al sacrificio, unos ladrones de ganado, rompieron los candados, entraron al potrero, pero ellos que entraban y un viento, como un huracán tornado, que salía horizontalmente, llevándose todo por delante. Solo se oyó el ruido galopante que silbaba: ¡SSSuiiihh…oooh! ¡SSSuiiihhh…oooh!, y uno de los ladrones gritó: ¡Es un Galipote!¡Cabo ‘e Vela, Es un Galipote!!Corran!¡Vámonos de aquí! ¡Antes que vuelva y nos mate a todos!.
Luego de esta experiencia tan anormal, los cuatreros corrieron, como alma que lleva el diablo. “Muchos dicen, que yo estoy loco, porque no entienden lo que pasa, no dan crédito a lo que oyen sus oídos. Sí, yo fui aquel toro negro, que persiguió a Luís Rody en la Niega Florida y a su amigo, el poeta Raúl Guerra. Aquel día se escaparon de mí, porque al parecer, ellos posiblemente dominan, la técnica de la transmutación mental. A mí esos dos si que no me engañan, yo estoy casi seguro, que fueron ayudados por un Dios o Diosa para que a su caballo les nacieran alas, pero no crean, yo también tengo lo mío. Doña DINA vivió, muchos años en mi cuerpo hasta que se incomodó, con mi amo, y se fue, pero antes de irse me enseño muchas cosas que ahora no puedo contarles. Bueno, ya saben, la transmutación fue una de ellas, por eso logré escaparme de aquella hacienda, antes que me sacrificaran o me mataran los cuatreros.
Dicen por ahí, que no eran ladrones, sino militares del ejercito Morillista en busca de Kike el Tibumano. Mi ama Doña DINA también me aseguró, que Luís Rody, Bambilón, Moreno Blanco y Enrique Blanco, son la misma persona.
Desde que me enteré de esto empecé a planificar mi venganza. Ustedes saben, que aparecí muerto a los pocos días de mi escape de la hacienda. Por mi muerte acusaron a: ILuminada Beliar, a Enrique Blanco, a Caivita, a los ladrones y a muchos moradores de La Atravesada, que según la policía, periodistas, y hasta los diversos merengues compuestos, hasta hoy día, los sindican como sospechosos, de mi desaparición. Yo diría más que sospechosos, pues la policía confeccionó una larga lista que reposa en los archivos históricos, donde aparecen con pelos y señales todos aquellos que comieron de mi carne. El crímen se descubrió, por la peste diarreica que se desató afectando a todos los implicados. No los menciono aquí, por sus nombres pero ellos muy bien que saben, el pecado grande que cometieron al comerse un buey muerto. Están regados por Navarrete, el país y diversas ciudades importantes del mundo como: Nueva York, Boston, Miami, New Jersey, Rode Island, Pensilvania, España, París, Alemania, México, Argentina, Venezuela, Colombia y otras tantas.
A pesar de los pesares, debo confesarles, las sartas de mentiras fantasiosas, bajas, y cochambrosas, dignas de las encumbradas fabulas Homéricas, que envuelven estas teorías, que no son más que suposiciones sin fundamentos. Créanme cuando les digo, que a los pocos días de mi escape, yo mismo maté al gigante toro marrón que me rompió el cuerno, y trastoqué su cuerpo de negro, dejándole un flamante mechón en su frente. Ah, le arranqué de cuajo, con mis fuertes mandíbulas uno de sus cuernos. Ustedes saben, para fingir que él era yo. Luego me vine a vivir a Limbotropía, con la característica bestial del Buey Marrón. Así, todo el mundo pensó, que cabo ‘e Vela se había muerto.
Hay hasta quienes aseguran, que yo me comí una Esperanza en el potrero, la que produjo mi muerte, por el mortal veneno dizque que ellas contienen, pero si fuera así, muchas de estas personas, que comieron de mi carne, hoy no la estarían contando. Uno a uno fui vengándome de todos mis enemigos, que querían verme muerto. Un día me fui a una fiesta con la falsa personalidad transmutada de Bamban, el primo de Luís Rody. No saben el gran gusto que me dio cuando Raúl Guerra me preguntó en aquel baile: ¿Te acuerdas cuándo el toro negro por poco y nos mata? -y yo le contesté- ¿¡Sí, muchacho que si no brincamos la cerca, hoy no la estuviéramos contando!? Al salir de ahí, me moría solo de la risa.
El pobre poeta pensó, que yo era Luís Rody, que estaba allí, oyendo su nunca contada historia, pero no, era yo Cabo ‘e Vela, con las características faciales transmutadas de Bamban, el primo de Rody. Aún este tonto poetiquillo, se debe estar preguntando: ¿Cómo sabía Bamban lo del toro negro?!Lo cuento aquí, y me muero de la risa! El vate, debe estar poniéndose loco, sin entender lo que pasó esa noche. En Limbotropía suelo toparme con Enrique Blanco, Caivita y también con el poeta Raúl Guerra. No les digo nada, que yo soy Cabo ‘e Vela, porque son capaces de matarme y tirarme al caldero. A pesar de que ellos son maestros de la transmutación, no se han enterado que el toro marrón, que pasa a diario por su lado, es el mismísimo Buey Cabo ‘e Vela.
ILuminada Beliar, si que lo sabe todo. Ella me invitó a venir a sus dominios. A veces pienso que quizás ellos también lo saben y por respeto a la sacerdotisa no me dicen nada. De cuando en vez, me salgo por una de las siete entradas secretas de limbotropía y voy a parar a la tumba de mi madre, en La Atravesada. ¡No saben Ustedes cuánto me río! cuando veo mi propia tumba y leo mi lápida: “Aquí está enterrado El Buey Cabo ‘e Vela, el más hermoso, activo, feroz y viril de todos estos contornos”, pero lo que me mata de verdad, de un ataque de risa, es cuando escucho el popular merengue de Toño Abreu, atribuido a Nico Lora, que dice: “La’ gente’ del cambronal, se comen hasta lo’ santo’, se comién a Cabo ‘e Vela, un Buey que jalaba tanto”(*).
Este mitológico y fabuloso animal cumplió su venganza, y burló la muerte, a menudo se le ve deambulando, por insospechados senderos, en cada perímetro de Navarrete, colgado como un rayo, de la indestructible memoria, del devenir histórico, cobrando nueva vida cada día, para rondar imparable e insufrible el universo fantástico de limbotropía, tierra del nunca jamás, de muertos vivientes y vivos que están muertos, donde cualquier musaraña del infinito destino puede ser realidad. Si muchas gentes dicen que: “Cabo ‘e Vela es el Buey que más hala”, de seguro tienen razón, porque este fantástico animal nació para vivir eternamente.
Nota:
(*) Cabo ‘e Vela, merengue del folklor Dominicano. Letra y Música: Toño Abreu.
(**)La Burra de Balaam./Fábula Bíblica/Libro de Número 22:31-35/Cap. 22, 23 y 24.
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