Venofer

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y omitido algunos datos a petición de las fuentes.

Juicio. “Señor juez, el Venofer es un medicamento que se utiliza cuando no se tiene suficiente hierro en el organismo y su aplicación puede hacerse mediante inyección lenta en la vena de una a tres veces por semana, según las necesidades del paciente, o a través de perfusión o goteo en la vena, también de una a tres veces por semana.

La cantidad a aplicar será de diez mililitros, lo que corresponde a doscientos miligramos de hierro”.
El doctor Denis Armando Castro Bobadilla, consultor científico de la defensa, hizo una pausa, miró a los jueces, que a su vez lo veían directamente, sorbió un poco de agua y, levantando la cabeza, añadió:

“Después de la aplicación de Venofer es necesario que el paciente esté en observación por al menos treinta minutos a fin de vigilar algún efecto adverso. El Venofer no debe aplicarse a los niños”.
Nueva pausa.

“Honorable tribunal –siguió diciendo el doctor Castro, hablando deliberadamente despacio para ser entendido con mayor claridad–, como todo medicamento, el Venofer puede provocar efectos adversos, y los efectos más indeseables de un medicamento son las alergias”. “Por eso estamos en este juicio, señor juez –intervino el fiscal, levantando la voz–. La aplicación irresponsable de Venofer a la paciente le causó una alergia que la llevó a la muerte. Este juicio por mala praxis, este juicio por homicidio culposo…”.

“Señor juez –dijo, de pronto el doctor Castro, viendo hacia el estrado–, me permito recordarle al señor fiscal que no está en el uso de la palabra…”. “Señor juez, solo quería recordarle a la defensa…”.

“El fiscal del Ministerio Público no tiene la palabra en este momento –dijo el juez presidente–, por lo tanto se limitará a realizar las objeciones que considere pertinentes en el transcurso de la exposición de la defensa…”.

“Gracias, señor juez –murmuró el doctor Castro, retomando su exposición–. El Ministerio Público acusa a mi cliente de haber provocado la muerte de la paciente doña Bertha con la aplicación de Venofer, que este medicamento causó una reacción alérgica en ella y que eso le quitó la vida. Acusa a mi cliente de mala praxis y, para demostrar que el Ministerio Público una vez más está equivocado, la defensa me ha nombrado consultor científico y, en tal condición, asumo el papel de abogado defensor tal y como lo manda la Ley. Y hago esta aclaración por si el señor fiscal del Ministerio Público tiene alguna objeción”.

Los jueces miraron al fiscal, en una muda pregunta. “Ninguna, señor juez” –dijo.

Doña Bertha. Se sintió mal después de varios días de estar sangrando. Aquello no era su período, la sangre era muy roja, fina y abundante, y no se detenía. El ginecólogo le dijo que tenía miomas, abundantes miomas, esos tumores benignos que crecen en el tejido del útero de una de cada cinco mujeres. La única forma de sanar era la cirugía, la extirpación del útero. Bertha aceptó. Sin embargo, había perdido mucha sangre, tenía anemia profunda y antes de entrar al quirófano debía recuperar la sangre perdida y superar la anemia. Y le indicaron Venofer. Eso era todo. Cuando estuviera mejor regresaría al hospital, pero Bertha no mejoró y, días después, la llevaron a emergencia. Dos horas después estaba muerta.

¿Qué había pasado?
¿Por qué murió Bertha?

Eso lo diría Medicina Forense. El cadáver de Bertha fue llevado a la morgue y, sobre la mesa de autopsias, una doctora abrió el cuerpo en “Y”, vio el útero lleno de miomas, lo cerró con gruesas puntadas y escribió en su informe la causa de muerte: “Alergia al Venofer”. Para el fiscal fue suficiente. Estaba ante un homicidio causado por mala praxis, por una irresponsabilidad flagrante, inaceptable y condenable desde todo punto de vista, por lo que tenía que proceder contra el médico. Era un caso sencillo. Pediría para el irresponsable una pena severa y la inhabilitación de por vida.
“No es posible que estos doctores asesinos sigan ejerciendo la Medicina como si trataran con animales. Eso no sucederá más. Para eso existe el Ministerio Público. Alguien tiene que defender los derechos de los pacientes y poner en su sitio a estos matasanos engreídos”.

Defensa. ¿Hasta donde tenía razón el Ministerio Público? ¿Había matado el Venofer a doña Bertha? ¿Nadie se dio cuenta que para la paciente aquel medicamento era tan peligroso como un veneno? ¿Era el Venofer el asesino de la mujer?

“Señores jueces –dijo el doctor Denis Castro, retomando la palabra luego de la exposición del fiscal del Ministerio Público–, con la venia del honorable tribunal, esta defensa desea interrogar a la médico autopsiante, la doctora de Medicina Forense…”.

“Está en su derecho, doctor –dijo el juez presidente, y agregó, dirigiéndose al secretario–: Secretario, llame usted a la perito del Ministerio Público”.

Se hizo el silencio en la sala. Una mujer, vestida de blanco, se levantó de su silla, avanzó unos pasos, con la frente en alto, y se sentó frente al estrado. A unos pasos de ella estaba el doctor Castro, vestido completamente de negro y oloroso a Fendi.

“Puede usted continuar, doctor Castro” –dijo el juez.
“Gracias, Señoría”.
Sin embargo, el doctor se tomó algunos segundos en los que el silencio fue completo. Al final, carraspeó varias veces para aclarar la garganta, se volvió hacia la doctora, que lo miró con rostro altivo, y, luego de saludarla, le dijo:
“Doctora, ¿es usted la médico autopsiante de Medicina Forense en este caso?”.
“Así es, doctor”.
“Doctora, ¿podría decirle a este tribunal cuántos años de edad tiene usted?”.
“¡Protesto, señor juez! –exclamó el fiscal, poniéndose de pie–. Esa pregunta es impertinente y no tiene ninguna relación con el caso que estamos juzgando”. “Doctor –dijo el juez–, ¿podría explicarle al tribunal por qué la defensa considera importante conocer la edad de la Médico Forense?”. “Señor juez, la doctora es una mujer joven…”.
“Protesto, señor juez –repitió el fiscal–, no es la juventud de la perito del Ministerio Público lo que estamos juzgando”.
“Retiro mi pregunta, señor juez” –dijo el doctor Castro.
Una enorme sonrisa se mantuvo en el rostro del fiscal por largos segundos.
“Doctora –dijo el doctor Castro, sin inmutarse–, ¿podría decirle al tribunal desde cuándo trabaja usted como médico autopsiante en Medicina Forense del Ministerio Público?”.
“Desde hace un año, doctor. Tengo un año abriendo cadáveres”.
“Y, ¿podría decirnos cuánto tiempo hace que se graduó?”.
“Hace dos años, doctor”.
“¡Ah! Muchas gracias. ¿Tiene usted especialidad en Medicina Forense?”.
“No, doctor”.
“¡Ah! Usted tiene dos años de graduada, no atiende pacientes como médico que es, pero tiene un año abriendo cadáveres en la morgue”.
“¡Protesto, señor juez!”.
“Ha lugar la protesta”.
“Disculpe, su señoría”.
El doctor Castro tomó una página de periódico de una mesa, la desplegó, sosteniéndola con las dos manos y la mantuvo así por un tiempo, mientras preguntaba:
“Y, ¿podría decirnos, doctora, por qué en esta entrevista que usted le dio a un periódico nacional dice que usted tiene especialidad en medicina forense?”.
“Eso son mentiras del periódico, doctor”.
“Bien. Ahora, doctora, usted, en su informe dice que la señora Bertha murió a causa de una reacción alérgica al Venofer, ¿es cierto eso?”.
“Así es, doctor”.
“¿Podría usted decirnos cómo llegó usted a esa conclusión?”.
“En la autopsia, doctor”.
“Honorable tribunal –dijo el doctor Castro, volviéndose hacia el estrado–, como esta defensa expuso, el cuerpo de doña Bertha fue retirado del hospital por personal de la morgue, a donde fue llevado para realizarle la autopsia a fin de conocer las causas de su muerte, y yo le pregunto a la doctora de Medicina Forense que realizó esa autopsia: ¿Llevaron ustedes la ampolla del medicamento que se le estaba suministrando a la paciente para ser analizado?”.
“No, doctor”.
“¿Llevaron ustedes, para ser analizado, la bolsa con la solución salina donde se diluyó el Venofer que se le estaba aplicando en forma intravenosa a la paciente?”.
“No, doctor”.
“¿Llevaron las agujas que se usaron para tratar a la paciente en emergencia?”.
“No, doctor”.
“¿Por qué no, doctora?”
Silencio, un silencio completo. El doctor Castro repitió la pregunta. La doctora no contestó. El doctor se volvió hacia el estrado y, con voz suave y pausada, dijo:
“Pido al honorable tribunal que le solicite a la doctora que responda a mi pregunta”.
“La perito del Ministerio Público responderá a las preguntas de la defensa” –dijo el juez presidente.
“Por que no me parece que eso fuera importante” –dijo la doctora, con algo de altanería en la voz.
“¿No es importante un indicio en un caso de mala praxis como es este, doctora? ¿No le parece importante hacer analizar en un laboratorio el medicamento aplicado a la paciente, las agujas que se utilizaron para esta aplicación, la bolsa con solución salina?”.
La doctora quedó en silencio. El doctor Castro se volvió una vez más hacia el tribunal.
“¿Había en alguno de estos elementos algún agente peligroso que pudo causar daño a la paciente? He ahí la importancia…”.
“¡Protesto, señor juez!”.
“No ha lugar la protesta”.
“¿Puedo continuar, señor juez?” –preguntó el doctor Castro.
“Continúe, doctor”.

Alergia. “Doctora –dijo el doctor, poco después–, ¿puede usted decirnos cómo llegó a la conclusión que la paciente murió a causa de alergia al Venofer?”.
“Porque el Venofer causa alergia, doctor”.
“Bien, tiene usted razón, doctora. El Venofer, como cualquier otro medicamento, puede provocar efectos adversos. ¿Puede decirnos si la paciente padecía alguna de estas enfermedades? Lupus eritematoso sistémico”.
“No sé, doctor”.
“¿Leyó usted el expediente clínico
de la paciente?”.
“No, doctor”.
“Doctora, ¿cuál es su experiencia en el manejo o tratamiento de pacientes con fibromatosis uterina?”.
Silencio.
“¡Ninguna, doctor! –gritó de pronto la doctora–. ¡Yo no atiendo pacientes!”.
El doctor se volvió al tribunal.
“Esta defensa expuso ya el expediente médico de la paciente, señores jueces. Ahora bien, doctora, ¿sabía usted si la paciente padecía de artritis reumatoide?”.
“No, doctor”.
“¿De asma grave, problemas de hígado…?”.
“No, doctor”.
“Bien. Debo agregar, señores jueces, que la paciente no padecía ninguna de estas enfermedades, las cuales podrían causar graves problemas en una paciente que, padeciéndolas, reciba Venofer para recuperar el hierro que le falta a su organismo. Esto sería mortal. Pero la paciente no padecía ninguna de estas enfermedades”. Hubo un momento de silencio. El doctor Castro pareció poner en orden sus pensamientos. Al final de la pausa, dijo:
“Doctora, ¿sabe usted si la paciente llegó a emergencia del hospital con síntomas de asma aguda?”.
“No, doctor”.
“¿Manifestó ella o alguno de sus familiares que la paciente se sintió mareada, aturdida o a punto de desmayarse?”.
“No, doctor”.
“¿Tenía ella el pulso rápido, dolor de cabeza, calambres, diarrea, picor o urticaria, fiebre, opresión en el pecho, parestesia u hormigueo, pérdida de conciencia, dolor en articulaciones, hinchazón o edemas?”.
“No, doctor”.
“Estos síntomas, señores jueces, son típicos de la reacción alérgica al Venofer. Como sabemos, ninguno de estos síntomas presentó la paciente ni en su casa ni en el hospital. Por lo tanto, no presentaba ninguna alergia. Se sintió mal, seguía sangrando y pidió que la llevaran al médico otra vez…”.
El silencio en la sala era pesado. El fiscal había enmudecido.
“Doctora –dijo el doctor Castro–, ¿podría, entonces, decirnos cómo llegó usted a la conclusión de que la paciente murió a causa de alergia provocada por el Venofer?”.
“Era lógico, doctor”.
“Señores jueces, ¿es la lógica un instrumento científico que debe tomarse en cuenta para validar un indicio en una causa judicial?”.
Los jueces no contestaron.
El doctor añadió:
“Doctora, ¿supo usted si los médicos tratantes inyectaron a la paciente una microdosis de Venofer en la piel de la paciente para comprobar si era alérgica a este medicamento, tal y como se hace con la prueba de la penicilina, por ejemplo?”.
“No fue necesario, doctor”.
La doctora bajó la cabeza y quedó en silencio mientras el doctor hacía la siguiente pregunta.“Doctora, ¿tomó usted muestras de piel, muestras de sangre, muestras de órganos de la paciente para realizar la prueba de histopatología y confirmar que el Venofer causó una reacción alérgica que provocó la muerte de la paciente doña Bertha?”.
“No, doctor”.
“¿Por qué no lo hizo?”.
Silencio sepulcral.
“Entonces, doctora –dijo, condescendiente, el doctor Castro– ¿podría decirnos cómo llegó usted a la conclusión de que el Venofer causó una reacción alérgica en la paciente y que fue esa reacción alérgica lo que le causó la muerte?”.
La doctora había enmudecido.
El doctor la miró, esperando su respuesta, sin embargo, ella seguía con la vista fija en el piso, y no tenía intención de contestar. El doctor, soltando las palabras una a una, repitió la pregunta dos veces más. La doctora no contestó. Entonces, el doctor, serenamente, se dirigió una vez más al estrado, y dijo:
“Pido, respetuosamente, al honorable tribunal que le solicite a la perito del Ministerio Público que conteste a mi pregunta”.
Los jueces hablaron un momento entre ellos, luego, el juez presidente respondió:
“No es necesario, doctor –dijo–; es suficiente para nosotros”.
El doctor Castro hizo una leve reverencia.
“Gracias, señores jueces –dijo–. La defensa ha terminado”.
Saludó y, con suma elegancia, se retiró a su lugar.
Un murmullo se levantó en la sala. La doctora se había puesto de pie, alta la frente, sin mirar a nadie, pero pálida y visiblemente molesta. El fiscal estaba mudo.
En el estrado, los jueces seguían hablando entre sí. Nadie podía escuchar lo que se decían. “¡Todos de pie! –dijo, de pronto, el secretario–. El honorable tribunal se retira a deliberar”.

Nota final. El juicio había terminado. Los jueces declararon inocente al médico acusado por el Ministerio Público de mala praxis. Hasta hoy, no se sabe de qué murió doña Bertha. Ni se sabrá jamás

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